martes, 25 de mayo de 2010

Frankenstein educador y El espíritu de la colmena.




Durante la lectura de “Frankenstein educador”,mi mente no ha podido abandonar una asociación constante, de la que tendrá que desprenderse aquí, so pena de convertirse en obsesión.
El título, la imagen de la criatura de Frankenstein, del monstruo, cuya fabricación es el leit motiv del libro de Meirieu para describir y criticar una manera de entender el proceso educativo, me venía continuamente a la memoria desde la perspectiva de los ojos de Ana Torrent en la maravillosa película dirigida en 1973 por Víctor Erice, (en mi opinión la mejor o una de las mejores del cine español).




Sólo faltaba la mención a las abejas en los inicios del libro de Meirieu para que se desencadenara una serie de sinapsis que enredaban uno y otro discurso.

El espíritu de la colmena, inspirado a partes iguales en “La vida de las abejas” de Maurice Maeterlinck y en el clásico de James Whale de 1931 “Frankenstein”, con un guión de Ángel Fernández-Santos y del propio Erice , es una película sobre la infancia, sobre la mirada infantil y su capacidad de distinguir realidad y fantasía. En el fondo un poco sobre el proceso de aprendizaje, o así quiero verlo ahora, influido por la lectura de Meirieu.

También es una alegoría del aislamiento y la búsqueda de la propia voz en una España desolada, como el campo castellano en que se sitúa la película.




Sinopsis
Año 1940. Un pueblo perdido en la meseta castellana. Es domingo y llega la camioneta del Cine. En el desvencijado edificio que sirve para todo, se improvisa la proyección. La película: “El doctor Frankenstein”. Durante noventa minutos por las calles solitarias del pueblo resuenan las viejas palabras del mito romántico. En el improvisado salón, entre los espectadores dos niñas: se llaman Isabel (Isabel Tellería) y Ana (Ana Torrent). Siguen atentamente la proyección. Son hermanas. La pequeña, Ana, pregunta a la mayor por qué el monstruo mata y por qué al fin muere. Son las primeras preguntas que Isabel resuelve gracias a su imaginación: el monstruo es un espíritu que puede aparecerse siendo su amigo y convocándole a través de ciertas palabras. Lo que para Isabel es un juego de la imaginación, para Ana acaba siendo una realidad vital. Ella quiere al monstruo. Le busca. Le convoca. El viejo caserón donde viven las niñas con sus padres se va llenando de la presencia de algo impalpable que sólo Ana parece profundamente decidida a descubrir. Fernando (Fernando Fernán Gómez) y Teresa (Teresa Gimpera), los padres, viven sus nostalgias, sus frustraciones, sin aprovechar lo que esconde la mente de su hija pequeña. Un día, Ana desaparece. La búsqueda será angustiosa. La niña será hallada. Pero nadie, salvo ella, podrá conocer el final de la aventura.1


Como todas las obra memorables, las lecturas posibles son múltiples y los mensajes que podemos extraer a veces hasta excesivos. Ocurre especialmente en las obras hechas con inteligencia bajo la admonición de la censura, en la que la simbología y los mensajes crípticos parecen emerger en cada plano y en cada escena, a veces pasando por encima de la intención del autor.






¿Qué hay de común entre el libro de Meirieu y la película de Erice?

En la escena inicial de la película y en una especie de metadiscurso, escuchamos la admonición con la que un presentador en el film de Whale nos prepara para la historia y que, en el caso de la proyección en el contexto de aislamiento y penuria de la meseta castellana de la posguerra, suena con especial dramatismo:


El director y los realizadores de esta película no han querido presentarla sin hacer antes una advertencia. Se trata de la historia del doctor Frankenstein, un hombre de ciencia que intentó crear un ser vivo sin pensar que eso sólo puede hacerlo Dios. Es una de las historias más extrañas que hemos oído. Trata de los grandes misterios de la creación: la vida y la muerte. Pónganse en guardia, tal vez les escandalice. Incluso, puede horrorizarles. Pocas películas han causado mayor sensación en el mundo entero, pero yo les aconsejo que no la tomen muy en serio”


Lo cierto es que el poder evocador del mito prometeico encuentra en Frankenstein una continuación que se retroalimenta de la modernidad en el sentido de que no es solamente una obra exaltadora del romanticismo, una historia gótica o de fantasmas sino que entronca con una crítica sutil del espíritu ilustrado.
En este sentido Meirieu 2, siguiendo a Dominique Lecourt, nos advierte de que existe una lectura del mito disuasoria del avance científico, que ve en el conocimiento y la ciencia una superación del orden natural rousseauniano y lo pernicioso del progreso técnico.

Desconfiemos pues tanto de la intención de la joven Shelley como de los sucesivas reediciones del mito, que revisita Meirieu y que en términos puramente cinematográficos resumen Jordi Balló y Xavier Pérez en uno de los capítulos de “La semilla inmortal”, el lúcido ensayo sobre los argumentos universales en el cine publicado en 19973.

Por dos razones. Nos presenta un mito de la educación como fabricación, que se nutre de dominio y abandono ; recuerda la dialéctica del Amo y el Esclavo hegeliana que aspira a que el educado reconozca libremente el dominio que ejerce sobre él el educador en una suerte de paradoja irreductible.

Por otro lado, la desconfianza ante el papel de la ciencia remite a actitudes premodernas y que hasta cierto punto entroncan con una pedagogía inmanentista o perennialista.

El origen del título, explica Erice, es el siguiente:

El título, en realidad, no me pertenece. Está extraído de un libro, en mi opinión, el más hermoso que se ha escrito nunca sobre la vida de las abejas, y del que es autor el gran poeta y dramaturgo Maurice Maeterlinck. En esa obra, Maeterlinck utiliza la expresión “El espíritu de la colmena” para describir ese espíritu todopoderoso, enigmático y paradójico al que las abejas parecen obedecer, y que la razón de los hombres jamás ha llegado a comprender”.4


Para Meirieu la abeja es el símbolo de la predestinación genética, de una sociedad determinada (no me gusta la dicotomía que él utiliza entre democracia y monarquía aunque la imagen sea poderosa o al menos sugerente). El caso es que el hombre se expone a la dependencia de los otros en la elección de sus valores y para su propia supervivencia. El proceso educativo del niño precisa la ayuda del adulto que le ayuda a desarrollar sus capacidades, a construir un entorno y, cómo explica Meirieu, a realizar una función de enlace entre las generaciones.

En la película de Erice la herencia cultural se rompe. Aquí es el papel de Fernando (Fernán-Gómez) el que resulta clave. Es un hombre al que presumimos un pasado culturalmente activo y comprometido (sus fotos con Unamuno, los libros, su carácter reflexivo y su contemplación casi diríamos obsesiva de la vida de las abejas,a las que tiene instaladas en su estudio y que también llaman la atención de Ana).Fernando pertenece a un universo cultural que ha tenido que renunciar por causa de la derrota en la guerra a la transmisión de sus ideales de vida. Es ahora una voz callada, que escribe, lee, piensa, en definitiva vive en la noche y que calla de día en el panorama de una sociedad resignada, triste y gris.

Las niñas van a crecer, a abrir los ojos al mundo un tanto abandonadas en ese sentido, como la figura del monstruo de Frankenstein al que su creador, en un pecado pedagógico evidente, abandona una vez fabricado.

En ese momento inaugural del descubrimiento del mundo, a Ana y su hermana Isabel les acompaña una escuela tradicional y un padre que no puede dar de sí todo lo que podría, aunque no por probablemente por su voluntad sino atenazado por el ambiente hostil y represivo de una posguerra que barrió el avance intelectual y cultural de la España de la República.

Es el momento de la creación de la relación del ser con el mundo que dice Meireu, el momento clave de su revolución copernicana de la filosofía: el que llega al mundo ha de ser acompañado al mundo e introducido en el mundo por quienes le han precedido.

Aún así, la excursión de Fernando con sus hijas al campo buscando setas y la forma de transmitir sus conocimientos en micología, nos presenta la vertiente positiva de esa relación. Lo que con Meirieu diríamos que constituye una restitución de los saberes como respuestas, tendiendo puentes entre los conocimientos y la realidad y sobre todo tendiendo puentes con la tradición, enfentarse a los problemas a los que otros se han enfrentado, proponernos sus soluciones y transformando el aprendizaje con su posibilidad de transferencia. El criterio para distinguir las setas venenosas que Fernando había escuchado de su padre y que transmite a sus hijas, la advertencia sobre la peor de las setas que luego Ana en su huida no sabemos si utilizará.....

Pero lo que prima en el ambiente es una sensación de aislamiento personal, el silencio obligatorio que vela las relaciones de los adultos, una claustrofobia especie de claustrofobia social, un determinismo de colmena, que impiden la construcción de contextos de aprendizaje abiertos a otros campos o más bien a otros valores y sentimientos.

Y es ese el momento, Ana está sola y sola escucha la voz del monstruo que ya no sabemos si en sueño le habla y le invita al fin a “ser obra de sí misma”

1“LA BUTACA - El espíritu de la colmena,” s.d., http://www.labutaca.net/films/22/elespiritudelacolmena.htm.
2Philippe Meirieu, Frankenstein educador (España: Laertes, 1998), 137.
3Jordi Balló y Xavier Pérez, La semilla inmortal : los argumentos universales en el cine, 4º ed. (Barcelona: Anagrama, 2007), 276-290.
4Tomás Valero Martínez, “¿Sabías que “El espíritu de la colmena” se inspira en u « CineHistoria,” s.d., http://www.cinehistoria.com/?tag=%C2%BFsabias-que-el-espiritu-de-la-colmena-se-inspira-en-u.

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